miércoles, 24 de febrero de 2010

Algodoncitos de azúcar

Atardecer Queretano.
Fotos tomadas desde la cámara de un celular.
Locación: Estacionamiento de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UAQ.














Había estado algo bloqueada últimamente, como sin sentido y dormida para las letras. Ayer, mientras caminaba por el estacionamiento de la universidad, noté que el cielo estaba especialmente colorido.
He visto muchas veces los atardeceres, sin embargo, casi nunca me detengo a observarlos con detalle. Parecía que las nubes y la luz bailaban, como si un vals tierno corriera por el aire.

Me llamó la atención esa maravilla de la naturaleza que cambiaba a cada segundo. Al principio era gris con tintes amarillos y naranjas, los cuales se tornaron de pronto en azul con rosa, terminando en un azul clarísimo mezclado con el rojo y amarillo-grisáceo. Las nubes traviesas imitaban pequeños cúmulos de algodón, de aquellos dulces que venden en la feria; se veían tan pachoncitas y bonitas, de lo más contentas de estar ahí, en lo alto. ¡Qué espectáculo! ¿Cómo podría no detenerme a admirarlo?
Todo el estrés que sufrí a través del día fue desapareciendo, esa impecable imagen colorida me llenó de calma. Muchos de los pensamientos que me han estado aquejando desde hace ya un tiempo comenzaron a parecer sencillos de resolver. Sólo boberías.
Muchos estudiantes y compañeros de otras facultades caminaron a mi alrededor, todos distraídos y sumidos en pláticas sobre sus materias, tareas y problemas. De alguna forma me sentí mal por ellos y por mí. ¡Qué tontos hemos sido al no detenernos ni un segundito! Nos mantenemos lejos de la belleza y simplicidad de las cosas, total y completamente enajenados de la realidad. Se puede decir, con mucha certeza, que las nubes bailaron para mí en ese pequeño momento en el que permanecí con la vista fija arriba. Me ayudaron a sentir un despertar mientras anochecía.


¡Saludos!

.♥. chicle

lunes, 1 de febrero de 2010

Pasado


Por que la infidelidad es tu mayor atributo: cariño, mi vida, dueño de mi alma, déjame ser tu amante. Quiero ser tu pareja, más que tu sola mujer.

"Gozarás", decía antes de empezar, así sus suaves manos se dirigían hacia el más cálido punto de mi ser. Su respiración agitada quemaba mi piel con cada exhalar, cubría mi cuerpo con el suyo. Los labios dulces y tersos como seda recorrían la curvatura de mi cuello, dejaba libre la imaginación.
"Te encantará", decía con cada toque de sus muslos con los míos, paseaba las manos frías por mis pechos tibios, creando en nuestros sentidos aquella persistente quemazón. Disfrutaba con cada latido, y entre cada una de las miradas se entretejían nuevas travesuras. Así eran los momentos en los que él me llegaba a amar.