viernes, 27 de abril de 2012

La cualquiera

Ya te olvidé… o eso creo que hice. Cuando veo películas melosas, ya no lloro, y eso es bueno… ¿verdad?

Dejé de buscarte en los lugares por los que solíamos andar, porque sé que no irás por ahí. Ya no uso faldas, ni medias, ni tacones… a menos que salga al bar; ya te olvidé porque ahora no quiero relaciones afectivas: me busco hombres fornidos, con espalda ancha y trasero firme, de aquellos que me invitan copas cuando me ven entrar y centran su mirada en mi escote -que llega hasta los talones-, luego echan un vistazo a mis medias negras y la faldita que deja ver el liguero. 

Fíjate que sí te olvidé, porque cuando me preguntan “¿quieres ir a otro lado?” les caigo a besos. Me he vuelto extraña, no entiendo el tacto y les pido que me rompan las medias, que sean rápidos y que me den de sus cigarros.

Abro mis piernas no sólo para mi caminar, como podrás comprender. Contigo era tímida, cariñosa, te hablaba con dulzura y te abrazaba toda la noche… ¡qué pesada! ¿Cómo no huiste a las mañanas siguientes? ¿Te sentías comprometido? 

Ya no me gusta ir a cenar después del trabajo, ni me le quedo mirando a la puerta en espera de tu llegada. Soy impulsiva, si siento ganas, las remedio; ya no me preocupo por tener que cambiar constantemente mi ropa interior, al fin vendrá un desconocido a conocerlas.

Es curioso, porque ya no lloro en las noches, ni me asomo a la ventana a suspirar; decidí convertirme en la fulana que buscaste cuando me tenías en casa. Caí bajo, lo sé. Pero ya te olvidé… o eso creo que hice.

O.C. Desorden


Uno, dos, tres… no, no quedó bien… otra vez, ¿sí? Uno, dos… ¡ARGH! ¡NO! No. Quítate, lo haré sola. Obsérvame con atención, porque no lo volveré a repetir: las cosas tienen un orden, un lugar, y debes ubicarlo todo en ese espacio destinado. Deja de mirarme así, que no estoy loca… ¡Que no estoy loca!


Vamos a intentarlo, solo tienes que seguir tres pasos para acomodar el mundo. Esto evitará que entre en pánico cuando desajustas las almohadas de la cama, mueves las tazas para café al lugar de las tazas para té, mezclas las calcetas blancas con la mitad de las negras, salpiques el suelo cuando te laves las manos, quieras ponerme el cuerno con una fulana sucia en mi impecable y blanca cama, en fin… ahora, así lo tienes que hacer, ¿de acuerdo?

Uno, dos, tres. Así. Sencillo. ¿Viste qué hermoso y cuidado quedó? Así, es como debes dejar el mundo, mi mundo, para cuando yo me sumerja en él. Bonito. Limpio. Hazlo de nuevo, esta vez quiero sigas tú solito los pasos. Anda, son tres.

Te los voy a repetir. Uno: si lo tiras, lo recoges -por supuesto, en su lugar-. Dos: si lo ensucias, lo limpias. Tres: si lo haces en mi cama, te vas a la chingada. ¿Estás listo? Que no me mires así, ya te dije. No estoy loca. Y repítelo, porque no te quedó bien...

Mi Marido

No te gusta destender la cama para tener sexo, ni sentir el cálido roce de las sábanas cuando te quedas dormido y desnudo. Eres impaciente en el tráfico -pero, ¿quién no lo es?-, gritas, das de manotazos, haces señas. Siempre llevas una maletita con ropa en el asiento de atrás del auto, cargas ahí con tus preocupaciones por mancharte la camisa, romper el pantalón o necesitar un suéter. La palabra obsesión te queda corta, juegas a que no te importa el orden de los vasos y las tazas en el gabinete, pero entras en pánico si alguien las mueve; nada está bien, todo lo controlas.



Tienes la manía de llegar temprano a donde quiera que vayas. No permites que alguien más planche tu camisa, menos que alguien tenga el atrevimiento de tocar el cinturón; eres incapaz de ver las manchas de los dedos en tus lentes o de tomarme de la mano cuando vamos en la calle. Gritas cada que alguien dice mal una palabra, ríes a carcajadas cuando repasas los textos de tus pupilos. No sabes ser maestro y no lo sabes. Tus rutinas son religiosamente realizadas y agendadas por minutos. Nada se te escapa. Nada.

No puedo permitirme los tropiezos, cometer errores o besarte de improvisto; tengo un horario para abrazarte, sin pasarme de segundos. Me casé contigo como enamorada, como perdida. Porqué sigo aquí, me preguntan todos, y pareciese ser un misterio: no sé si estoy dañada, desesperada por tener tu atención -¿será la aprobación?- o si sólo necesito de tu compañía. No eres extravagante, eres tú y no eres mío. Ahora temo ser la obsesionada del lugar, pero… y si la palabra me queda corta, entonces, ¿qué serías tú?