miércoles, 27 de julio de 2011

Rosa négligée

Lo quiero a mi lado, sólo para sentirlo con la piel, calientito; que no se vaya a otra cama, sólo pido su figura plasmada en una sábana, sudadito; no importa que durante el día sea de ella, la novia, la buena… -esa perra-… “su elegida” -¡ya basta!-.
¡Qué divertido sería verle la cara! Más de lo que ya se la ve él, sobre todo cuando me postro frente a él en mi négligée. Jamás lo he tocado, al menos no de otra forma que la sexual, pero no tiene idea de cómo lo anhelo -su piel, su tersa piel-.
Juego con la fina bastilla adornada con encaje, suavecito y frágil -como sus labios-, mientras él se prepara para dormir; nunca he sido fisgona, pero verlo desvestirse es como cuidar de una obra de arte.
“Me gusta tu color, morenita, como la canelita del té”, y he cuidado minuciosamente que permanezca así hasta hoy, por si se le ocurre despojarme de la ropa, degustarme e irse a dormir, desnudo -para mi gusto de su blanquecina piel-.
De escote prolongado y benévolo para mis pechos, lo he comprado pensando en las veces que viene por aquí, es del color clarito del cerezo -casi a tono de él-; y es que todo combina con su presencia: las sábanas, las fundas, la toalla del baño, las flores del estante, mi labial, la semi-transparente tela que cubre mi calor y que he decidido por fin estrenar.
Nunca hay nada más después del sexo, sólo se recuesta sobre la cama, cierra los ojos, apenas logro escuchar un “buenas noches, preciosa”; pero dice su nombre, no el mío. Y entonces las flores del encaje no me parecen tan frágiles.
No sé porqué... a lo mejor fue desesperación... tomé las diminutas pinzas del estuche de maquillaje, estaba tan tranquilo, pacífico, ahí recostado. Me bastó con cuatro movimientos cercanos entre sí: en el cuellito tan perfectamente formado y delinear el aureola de sus pecho para que no regresara con -esa perra- ella; -¡ya basta!- lo último que dijo antes de dormir fue mi nombre; ¡oh,-su piel, su tersa piel-, estaba tan suavecito! -como sus labios-; de un momento a otro quedó pálido, como la nieve -para mi gusto de su blanquecina piel-; fue una lástima que haya manchado el delicado pedazo de vestido que compré por él -casi a tono de él-.