viernes, 27 de abril de 2012

Mi Marido

No te gusta destender la cama para tener sexo, ni sentir el cálido roce de las sábanas cuando te quedas dormido y desnudo. Eres impaciente en el tráfico -pero, ¿quién no lo es?-, gritas, das de manotazos, haces señas. Siempre llevas una maletita con ropa en el asiento de atrás del auto, cargas ahí con tus preocupaciones por mancharte la camisa, romper el pantalón o necesitar un suéter. La palabra obsesión te queda corta, juegas a que no te importa el orden de los vasos y las tazas en el gabinete, pero entras en pánico si alguien las mueve; nada está bien, todo lo controlas.



Tienes la manía de llegar temprano a donde quiera que vayas. No permites que alguien más planche tu camisa, menos que alguien tenga el atrevimiento de tocar el cinturón; eres incapaz de ver las manchas de los dedos en tus lentes o de tomarme de la mano cuando vamos en la calle. Gritas cada que alguien dice mal una palabra, ríes a carcajadas cuando repasas los textos de tus pupilos. No sabes ser maestro y no lo sabes. Tus rutinas son religiosamente realizadas y agendadas por minutos. Nada se te escapa. Nada.

No puedo permitirme los tropiezos, cometer errores o besarte de improvisto; tengo un horario para abrazarte, sin pasarme de segundos. Me casé contigo como enamorada, como perdida. Porqué sigo aquí, me preguntan todos, y pareciese ser un misterio: no sé si estoy dañada, desesperada por tener tu atención -¿será la aprobación?- o si sólo necesito de tu compañía. No eres extravagante, eres tú y no eres mío. Ahora temo ser la obsesionada del lugar, pero… y si la palabra me queda corta, entonces, ¿qué serías tú?

No hay comentarios:

Publicar un comentario